Despierta, ya es de día, cámbiame, quiero ver a Alianza dices de golpe después de darme un beso para despertarme.
Así que me despabilo y pongo uno de los DVD de partidos de Alianza Lima que tengo. Es una mañana de fin de semana habitual para nosotros, no he conocido ninguna otra niña a la que le guste tanto ver fútbol.
Debo reconocer que lo único que yo veo en televisión es fútbol, pero esta afición sólo la tengo desde la adolescencia. Tú la tienes desde aprendiste a decir gol.
Antes de cada partido de Alianza, sea actual o repetición, nos persignamos ante la imagen del Señor de los Milagros que tú hiciste en el nido. Ningún sacerdote la ha bendecido pero para mí ya es una imagen sagrada.
Esa mañana nos emocionamos con las jugadas repetidas, gritamos los goles del ayer y aplaudimos a los jugadores que ya no están.
Me traes mi camiseta blanquiazul y me dices póntela, me la pongo y te digo que todo lo mío es tuyo. Esta camiseta también es tuya añado. Papito, somos Alianza me dices y me abrazas muy fuerte.
Eres la mejor compañera que podría tener en la tribuna, tu y yo, padre e hija.
Mientras tú estés a mi lado, no me importa el resultado.
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